El Perú desde la fractura, un simulacro de 200 años


Como un rompecabezas cuyas piezas no fueron diseñadas por el mismo artesano, la (re)construcción del Perú requiere no solo de un esfuerzo colosal, sino del desprendimiento sincero de quienes serán llamados a trazar las líneas guía de los próximos 200 años. Reconciliar aquello que nunca llegó a estar francamente conciliado, supone partir de un pacto colectivo que hoy se da por válido y cierto, pero en realidad, a la luz de los hechos recientes, nadie ha firmado o está dispuesto a firmar. Ello me lleva a pensar en la necesidad de replantear los fundamentos de la República. Una República peruana que se ve perfectamente reflejada, por ejemplo, en su gastronomía. Rica desde la diversidad, desde el orgullo común, desde el futuro prometedor que no distingue origen, idiomas o colores, pero en el que la distancia entre comensal y productor es sideral. Una República que encuentre un punto de inflexión que llame a la imperiosa necesidad de unidad sobre la base de las diferencias. Que reconozca la existencia del mar, los ríos, la selva y también la montaña; del Perú preincaico, pero también del Perú virreinal. Que nos reconozca a todos como necesarios, como piezas diferentes pero complementarias del mismo rompecabezas.

El problema que enfrenta el Perú no es el mañana, es el día después de mañana. Un día lejano que no se vislumbra en el espectro político o social, uno que hoy, para quien levanta la mirada, está cubierto por una nebulosa y una incertidumbre que termina por hacernos volver al inmediatismo; ese que viene siempre hermanado del típico populismo e individualismo que tanto daño nos ha hecho en nuestra corta historia republicana.

A más de 4,200 metros sobre el nivel del mar, las temperaturas llegan por debajo de los -20 grados centígrados. Por ejemplo, en el caserío de Patahuasi, situado en la región de Arequipa. Una temperatura que no solo acaba con la vida de decenas de animales, cuya existencia supone la subsistencia de sus propietarios; sino también con la vida de niños y niñas cuyas condiciones de vida no soportan la inclemencia de ese friaje. Esto pasa año tras año. Y frente a ello, se ofrecen “grandes soluciones” como cocinas artesanales a base de leña o emotivas campañas de donación de mantas y cobertores, porque mientras el mundo organiza viajes espaciales para turistas, en el Perú, uno puede morir de frío.

Pongo el ejemplo del friaje, porque es un claro escenario que demuestra justamente la invisibilidad de miles de peruanos abandonados a su suerte y cuya estadística es ya parte del escenario nacional. Un ejemplo de las políticas públicas que hemos padecido durante décadas y que nunca intentaron tejer redes de humanidad de norte a sur y de este a oeste. Porque esas piezas del rompecabezas nunca fueron diseñadas para este modelo, porque de Patahuasi solo nos interesa la papa, orgullo nacional.

Si el hoy nos lo permite, debemos conscientemente tomarnos unos minutos, en profundo silencio, para tratar de entender. Para pensar en causas y no solo en consecuencias. Porque el profesor Pedro Castillo y todo lo que representó y representa, o el fallecimiento de peruanos producto de revueltas y estallidos de violencia contenida, no son causas de nada, son consecuencia de mucho. En ese silencio necesario, evaluar si estamos dispuestos a limitar nuestras libertades o nuestros derechos en búsqueda de un colectivo que el día después de mañana nos ofrecerá una comunidad inclusiva con mejores espacios públicos, con menos necesidad de enrejar nuestras casas, sin miedo ni pavor a enviar a nuestros hijos e hijas a la escuela, con mejores debates y discusiones, pero sobre todo, con un acuerdo nacional firmado por quienes hoy siembran y cosechan miedos y frustraciones, pero quienes también siembran y cosechan el camote y el pescado, el limón y la cebolla, guardianes del mar y la montaña.

El Perú puede existir como nación y no solo como estado, estoy seguro. Pero ello requiere indefectiblemente de esa utopía tan hermosa que supone la esperanza de creer en un mañana, para todos y sin distinción.

Un estado económicamente fuerte y estable con una hacienda pública poderosa pero cuyo poder se enfoque en crear progreso, cancha plana, condiciones mínimas para conseguir ese sueño y esa promesa de la vida republicana. No podemos permitir que pasen otros 200 años, donde la república sea, como dijo en su momento Mariano José de Arce, un simulacro de república.

Este Perú tiene los huesos fracturados, los tuvo siempre y los tiene ahora; pero así anduvimos 200 años, y así llegamos hasta hoy.

Juntos todo, divididos, nada.

Derecho de imagen: Cajamarca Noticias.

Para escuchar:

Deja un comentario