No hay privado sin público


En los últimos años y con referencia a la relación de amor y odio que hay entre el sector público y privado, el empresariado está mostrando su cara más cortoplacista. Porque para —nosotros— los empresarios, todo lo que tenga que ver con el sector público nos genera urticaria; nos sabe a burocracia, incompetencia e inoperancia.

El sector privado se está comportando como aquel gerente que se enfrenta al cese inminente y, por lo tanto, no piensa en inversiones a largo plazo, ya para qué. La relación entre economía y política es bidireccional, al igual que la relación entre el sector público y privado. Oía estos días a un congresista decir que, él no era político, que era empresario. Quizá lo fue, pero no lo es más. No hace empresa, presta servicio público a través de un organismo público y cobra el salario del erario; es un político, quiera aceptarlo o no.

Es cierto que, si un empresario, que hasta ahora no ha sido una figura pública más allá de su sector, decide dar el paso hacia la política, arriesga no solo su reputación, sino también su patrimonio y, posiblemente, el de su familia, socios y empleados. Sin embargo, también es cierto que, si ese empresario no se lanza como un aventurero, sino como parte de un movimiento conjunto, un plan estructurado que le brinde respaldo y acompañamiento en su salto al vacío, el riesgo disminuye. Claro, habrá juicios y mentiras, y perderá amigos en el proceso.

Pero, dadas las circunstancias actuales, la creciente distancia entre el sector público y privado está entregando el país a mafias cada vez más organizadas. Queramos o no, estas mafias eventualmente afectarán los estados financieros de las empresas que hoy los empresarios intentamos proteger.

No, no es cierto eso de que, manteniendo las cosas como están, las inversiones llegarán, el empleo no se verá afectado y el bono de fin de año seguirá en pie. Quizá este año, quizá el próximo, pero después, será tarde. No podemos ver a 6 o 12 meses. Es una obligación ver a 5 o 10 años.

El llamado está claro: toca atenderlo. Cada uno desde su posición, pero no podemos ignorarlo.

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